Aparecen nuevas encuestas de intención de voto, y con ellas nuevas interpretaciones del electorado; pero junto a las subidas y bajadas de los puestos de la gloria, se afianza una idea que ya a estas alturas parece difícil rebatir: Los dos partidos tradicionales están tocados y hundidos de solemnidad. Su gracia divina parece abatida por las balas de las distintas batallas en la que han peleado y consumido sus fuerzas. Uno los contempla desde la distancia que da el teclado y un nick y parecen nobles del renacimiento, aferrándose a su abolengo, sin ser conscientes de hasta qué punto el poder burgués ascendente los ha derrotado ya.
Da igual si ciudadamos, podemos o voceamos, da igual. La realidad es que la clase dirigente sólo tiene una estrategia defensiva, ante la nueva generación de políticos y demagogos (sí, digo bien, la nueva generación también de demagogos, que en la vieja guardia también los hubo y por centenas), que embiste con ganas de asaltar el poder y desbancar a los viejos.
Los tiempos cambian, dicen algunos. Y es el tiempo lo que menos cambia de todas las cosas de este mundo. Tic-tac. Siempre constante. Tic-tac. Amenazante. Tic-tac. El tiempo avanza, inexorable, y los cambios que se producen a cada nuevo tic, se manifiestan en cada nuevo tac. Irreversible. Quizá algún día podamos viajar en el tiempo sin ser a través de los libros y las películas. Quizás algún día seamos capaces incluso, como Superman, de hacer girar el mundo contrasentido y hacer correr las horas hacia atrás. Quizás; pero hoy no es ese día. El tiempo consumido, consumido está; y ya no admiten corrección.
El PSOE escribió la historia del partido que alguna vez pudo ser y defender un ideario, que más allá de las valoraciones individuales, cubriera ese espectro ideológico donde la gente que teme el vacío existencial del que se enfrenta a su libertad llama su refugio. Pudo ser una izquierda preparada para dejar hacer a sus ciudadanos desde el control institucional y hasta pudo ser el defensor del pueblo; y acabo siendo, sin embargo, una mala gestión tras otra, una saca vacía, sin ideas ni principios, llena sólo del abismo de sus demonios; una burla a los ciudadanos honrados que aspiraron a ganarse el pan con el sudor de su frente, a los que sólo les ofrecieron corrupción, crispación y paro. ¡Qué historia tan triste!
El PP siguió el guión de la Gran Decepción. De los ocho años dorados de la democracia española, en la que Europa contemplaba fascinada cómo un país que había salido de la caverna de la dictadura y de la ruina económica del despilfarro socialista y se lanzaba a la conquista del G-8, a los años de la mentira por programa y el desprecio de la democracia.
¿De qué sirve votar al PP se preguntan hoy millones de personas en España? Si teniendo mayoría absoluta (amplia mayoría absoluta) no han hecho nada de lo que prometieron. ¿Para qué volver a dársela? Y miran para otras alternativas, más o menos razonables, disparatadas, moderadas o radicales, donde depositar su esperanza. Y no es una cuestión meramente impositiva, es de principios y de traiciones.
Si votar al PSOE es sinónimo de darle el voto a la pobreza, la corrupción y la mentira por herramienta para ganar votos; y darle al PP una mayoría absoluta no ha de servir para mejor cosa que votar a los socialistas; pues al fin y al cabo, con el PP en el gobierno los terroristas están en la calle, la ley del aborto es socialista, la educación no se ha reformado, la administración no sólo no se ha adelgazado sino que sigue creciendo (y si no que se lo digan a Feijoo, que convoca la mayor oferta de empleo público desde 2009), o se aplican jugosas amnistías fiscales a los ricos y se pisotea a los pensionistas que en su día se marcharon de España con una mano delante y otra detrás, ¿para qué votar a ninguno de estos dos partidos?
Las palabras vuelan y lo escrito permanece; pero hoy palabras y escritos vuelan en Internet y permanecen al mismo tiempo. Permanecen los programas incumplidos y vuelan las mentiras de los que los prometieron. Las tablas y los pergaminos son digitales y vuelan con las quejas y el enfado de los estafados. Los estafadores no pueden desdecirse sin caer en el ridículo. Los hechos y las palabras permanecen. ¿Por qué creer las nuevas promesas si se ha faltado a las antiguas? Dicen algunos que por miedo. Ya veremos.
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